En estos movimientos pendulares que caracterizan a la historia de la humanidad, hemos pasado del
secreto, del “esto no se habla”, a hacer todo público indiscriminadamente, descalificando
ese espacio tan sensible, el de la intimidad.
Nos constituimos en un nuevo circo romano donde arrojamos a las fieras los contenidos de nuestros
lugares internos y privados, aun cuando
no los hemos integrado completamente a nuestros planos más concientes.
Mientras tanto, un público inespecífico, anónimo, ávido de
nuevas sensaciones, quizás para no ponerse en contacto con las propias, se deleita simulando transitar las
experiencias de aquel que las pone a su disposición.
Lo vemos cada vez con mayor frecuencia en los medios masivos de comunicación, en las redes
sociales, en las formaciones y aplicaciones profesionales, mereciendo estas
últimas una consideración particular por el alcance de las consecuencias que provocan.
Modalidades egocéntricas y exhibicionistas necesariamente
atraerán como público a su contrapartida. Los habrá pasivos que se constituirán
en recurrentes consumidores de vidas ajenas, los habrá activos que sistemáticamente copiarán
al modelo, perpetuandolo.
¿Nos miramos en los otros como espejos para vernos o para
diluirnos en la inespecificidad de múltiples
historias fragmentadas?
¿Elijo con cuidado amoroso y respetuoso ante quién expongo
mi intimidad o me dejo llevar por la corriente de moda y me someto a un nuevo
abuso autoimpuesto de invasión a ella?
¿Preservo ese lugar esencial donde siento que mi ser se
expresa en toda su única e irrepetible individualidad y que ante las
dificultades se transforma en mi refugio o lo desvirtúo?
Cuándo precises reencontrarte en ese lugar privado, el de tu intimidad ¿a dónde volverás?
A.Mo.R.